El último superviviente

Hace tiempo vi un puñado de capítulos de ello, más que nada porque era unas risas ver cómo sobreactuaba Bear Grills y por los momentazos que ofrecía: rodeándose de animales amenazadores que simplemente estaban a su pedo triscando hierba, bebiendo mierda de elefante o mordiendo una cebra muerta. Obviamente el programa tiene mucha más trampa de la que se muestra, pero lo que no me imaginaba era que el tipo iba con semejante equipo [tiene alrededor más peña que la que hay en la isla de Lost]:

El artículo completo del que saqué el vídeo está AQUÍ.

4 thoughts to “El último superviviente”

  1. Yo me parto con el tío este, simplemente viendo el programa se nota a la legua que no es real, si lo único que hace es comer bichos y porquerías, ya que de ello depende el share… si hiciera una supervivencia bien hecha, no vería el programa nio el tato, porque no sería tan peliculero e impactante, visualmente hablando.

  2. El último superviviente… de Cuatro
    Cada sábado, a eso del mediodía, nos sorprende un ex boina verde, que suele meterse en unos fregados aventureros de mucho cuidado. El personaje en cuestión, se llama Bear Grylls, y como su fonética indica no es de Burgos, eso ya se percibe; sino inglés. Este hombre, suele hacer cosas muy raras; como adentrarse en selvas amazónicas a pelo y a pecho descubierto, perderse por cálidos desiertos sin boina que le proteja la sesera y, comer hormigas, arañas y otras “delicatesen” entomológicas. El programa tiene su parte lúdica y de entretenimiento, que nos pretende enseñar como sobrevivir en terrenos hostiles y situaciones “complicaditas”. Servidor, que ya pasa de los cuarenta, se ha vuelto un punto hedonista y de aventuras, la cosa va discreta y bastante limitada.
    Cada cual pasa el tiempo como quiere, y tampoco es bueno meterse mucho con esta criatura televisiva, no sea que se le giren las tornas y se lo tomase a mal, aunque violento no parece el hombre. Bebe agua de lluvia y la que emana de sucios manantiales Lo que se dice un “gourmet” no sería, más bien, usuario de cuchara de palo y cantimplora pegada a la cintura.
    Se cae, se tira, se arroja, se lanza, se flagela…, y cuando está bien machacado y medio mareado de presencia de espíritu, se pone a buscar comida como el que va a la taberna de la esquina. Es difícil saber si este hombre es un aventurero o un penitente. Hay veces que le hace sufrir a uno y todo, viendo en los menesteres que se monta él solito.
    Este “Rambo” descafeinado, con cuatro maderos y unas ramas secas, se monta cabañas que son auténticos “loft”, -todo esto que se ahorra en hoteles-. Y tal como está el sector inmobiliario y con la crisis económica, tampoco hay que ser excesivamente mirado y exigente, y este hombre es de fácil conformar. Por el hielo va casi en camiseta, medio muerto de frío, angustiado pero contento y feliz. Pesca truchas en el ría con cuatro aparejos fabricados por sí mismo, y que hasta los peces “lo flipan” cuando lo ven por la vera del afluente, arrimado al camino por el canto de la ribera, y con un arpón en mano que se ha fabricado él mismo con unas hojas de parra. Si hiciera esto mismo por tierras de España, llamaría la atención de la Guardia Civil, que para estos casos tienen un régimen sancionador, y si vieran que la cosa es grave, lo entregarían a asuntos sociales, no sea que piensen que el hombre es un bohemio marginado y va necesitado de caridad y de cariño.
    De una dieta muy ortodoxa, es capaz de comerse murciélagos desorientados, serpientes cachondas y gusanos contemplativos. Vacila con los cocodrilos y hace chismorreos con los tiburones. Un día de estos, lo van a pillar desprevenido y va a tener un disgusto.
    Esto de la supervivencia está muy bien. Lo que pasa, es qué, la gente, prefiere otros entretenimientos menos temerarios. El turismo rural no suele ser tan agresivo y el personal, prefiere el confortable y pintoresco hotel de toda la vida, de cómodas sábanas blancas, y echar barriga haciendo la noble y viciosa siesta, que es desconexión temporal de la mente y hábito saludable. Un servidor, este venidero año pretende hacer el Camino de Santiago, -con sus limitaciones y carencias propias-, y no cree necesario aplicar los consejos del señor que se tira de helicópteros en marcha, que voluntad instructiva no le falta, pero un poco lelo si que parece. Pues el que suscribe, es más de posada o parador contemplativo, que de complicarse la vida por esos mundos perdidos de Dios, o haciendo el saltarín buscando el norte perdido. Porque suele ser más cómodo mirar al horizonte que llegar a él.
    Es lo que tiene la urbe, que acaba haciéndote pachón, perezoso y remolón. Y si aprieta el hambre se tira de pizza precocinada, que por un día tampoco pasa nada. La pereza no es pariente de la aventura ni del explorador inconsciente. Aunque este programa, probablemente tenga su truco y amaño. Y si la aventura del señor Bear Grylls no acaba bien, o se estampa contra un acantilado, seguro que lo dejan tirado en un bar de carretera, explicando fantasmadas a agotados camioneros de un duro día de volante, que suelen estar más por el fútbol que para escuchar las placitas de cualquier fanfarrón hiperactivo.
    Uno, echa de menos al maestro de saberes y ciencias, que fue Félix Rodríguez de la Fuente, hombre que amaba la existencial tierra y el curso de las cosas naturales, con apoyo de base científica y con más espontaneidad e interés cultural, sin necesidad de tremebundos espectáculos de histérico boy scout, desorientado y extraviado.
    Sergio Farras (escritor tremendista)

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